LA
JORNADA
Miércoles 20 de
febrero de 2013
Iglesia
en colapso con la renuncia de Benedicto XVI
Bernardo Barranco
V.
A una semana del
anuncio inesperado de la renuncia del Papa empiezan a circular explicaciones
más razonadas de una iniciativa inédita en la historia moderna de la Iglesia
católica. El propio Papa se ha encargado de esclarecer el sentido de su
renuncia. El Miércoles de Ceniza denuncia las divisiones dentro de la curia, la
hipocresía y los intereses materiales e individuales de los actores religiosos,
es decir, el mismo Benedicto XVI nos sugiere que su decisión es una renuncia de
Estado, por el bien de la Iglesia. Aun bajo los efectos de la sorpresa, la
Iglesia está bajo el estado de shock. Frente a la pérdida de compostura de
muchos personajes de la Iglesia, colaboradores y fieles, Ratzinger es casi el
único que guarda compostura, conserva toda su lucidez, serenidad y sapiencia.
El Papa parece ser el fatigado capitán de un navío que desde hace años
naufraga, debilitándose cada vez más frente a las tormentas amenazantes que lo
azotan. Joseph Ratzinger tal vez será más conocido como el primer Papa en la
historia moderna que ha renunciado voluntariamente a su cargo. Se trata, sin
duda, de una renuncia casi política. Las justificaciones sobre la edad, las
enfermedades y el cansancio del Papa son parciales; se quiere acentuar,
alegóricamente, la dificultad de ser anciano en esta época de grandes cambios
tecnológicos y de mediatización mundial.
Joseph Ratzinger
hereda una Iglesia gloriosa fabricada por Juan Pablo II: de masas,
triunfalista, mediática, pero es sólo una ilusión que pronto se cae en pedazos.
La tremenda crisis planetaria de la pederastia sacude violentamente sus viejos
cimientos; la crisis mediática descobija y expone ante la opinión pública,
sobre todo a la vieja guardia wojtyliana, la complicidad y encubrimiento a los
pederastas clericales como modus operandi. Marcial Maciel y los legionarios
quedan nuevamente en el ojo del huracán por la desvergonzada e inmoral
corrupción con la que iban comprando lealtades y disimulos eclesiásticos, desde
el secretario particular de Wojtyla Stanislaw Dziwisz y su secretario de Estado
Angelo Sodano, entre otros potentes actores eclesiásticos. La respuesta
relativamente más autocrítica de Benedicto XVI irrita tanto a los monseñores de
la curia como los nuevos nombramientos que indicaban un desplazamiento
burocrático de la vieja guardia. Aquí se produce la fractura en medio de los
huracanes que minaban la unidad de la Iglesia. Justo en su 15 viaje apostólico,
en mayo de 2010, en Portugal, a propósito de los embates sobre la pederastia,
el Papa sentenció: No sólo de fuera vienen los ataques al Papa y a la Iglesia,
sino que los sufrimientos de la Iglesia vienen justo del interior de la
Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia.
El propio Ratzinger
en sus primeros cinco años contribuyó con ciertos desatinos provocando
altercados en diferentes frentes. Ha propiciado con sus posicionamientos
álgidas polémicas colaterales. Como el discurso de Ratisbona que desencadena la
ira del mundo musulmán; abrió sin éxito las puertas a ultraconservadores
lefebvristas, por tanto, la ambivalencia con que el Papa trató al principio a
la comunidad judía; la contrarreforma de la liturgia y el regreso de la misa en
latín, y, por supuesto, la injusta apreciación del pontífice sobre la
evangelización del mundo indígena que expresó en Brasil en 2007. En
contraparte, hay que agradecer sus sólidas encíclicas, especialmente la Deus
caritas est (2005), en la que aborda precisamente el tema del amor y del erotismo.
Sin embargo el mayor fracaso de Ratzinger fue el pretender evangelizar la
secular Europa y demostrar que la fe religiosa y la razón eran capaces de
coexistir en el mundo moderno. En suma, la tragedia que ha sacudido a la
Iglesia no sólo vino de reacciones externas, sino errores internos y
principalmente escándalos internos, como lavado de dinero, opacidad financiera,
y sobre todo el antagonismo de los actores que se refleja en esa filtración de
documentos del fenómeno llamado Vatileaks que tan sólo son la punta del iceberg
de la corrupción de la curia romana. La renuncia refleja, por un lado, su
frágil grandeza y la última lectio del herr professor. Una decisión contundente
pone fin a un reinado marcado por escándalos y conspiraciones en la curia pero
no los resuelve. Su salida permite que se reconstruyan los tejidos eclesiales y
que se conocerte un proyecto común entre los diferentes clanes de la Iglesia;
así como elegir un nuevo pontífice con mayor vitalidad, energía y liderazgo que
conduzca a buen puerto la nave averiada de la Iglesia católica. Su movimiento
podría culminar con maestría, con un nuevo Papa cercano a su sensibilidad o uno
de sus discípulos consentidos. Tiene una correlación cardenalicia propicia.
En Roma quizá
comenzó una evolución inversa, como si, tras la decepción del progresismo
católico del Concilio Vaticano II, ahora se vive la decepción del
conservadurismo clerical. El Papa es, de hecho, como se suele decir, el último
monarca absoluto en abdicar a su trono. Como diría el teólogo jesuita González
Faus, el problema no es el Papa, el problema es el papado. La crisis de corto
plazo es la dramática pérdida de autoridad moral y espiritual de la Iglesia; la
crisis honda es el modelo de papado monárquico-absolutista que ha predominado
desde la Edad Media y reafirmado en la crisis de Reforma. Es la arrogancia de
autodenominarse salvaguarda de los valores y ejercer de manera autoritaria el
monopolio del poder y la verdad. Probablemente no habrá que derrumbar el papado
pero es necesario renovarlo. Diferentes análisis apuntan a una agenda clave de
retos para la Iglesia católica: a) la necesaria reforma de la curia; b)
recuperar la credibilidad social herida por la pederastia y el Vatileaks; c)
una Iglesia más pastoral y ecuménica; d) colegialidad, mayor apertura a la toma
de decisiones; f) ordenación de las mujeres. Recuperar la tradición sinodal, la
Iglesia no puede seguir manejándose como una monarquía absoluta; el propio
Benedicto XVI con su renuncia seculariza el rol del propio papado, quizá éste
sea su mayor aporte, hasta ahora gestionado como un ejercicio divino. En cierto
sentido, Ratzinger ha cedido ante el oráculo de la modernidad poscristiana.
Artículo publicado
en:
REVISTA PROCESO N°1894
LOS INTRIGANTES DEL VATICANO
REVISTA PROCESO N° 1894 |
REVISTA PROCESO N° 1894 |
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