EL FINANCIERO
Las
dificultades morales del Vaticano
Carlos
Ramírez - Miércoles, 13 de Marzo de 2013 07:45
Como
pocas veces en su larga y 2 veces milenaria existencia, la iglesia católica
enfrentará no sólo la elección de un nuevo papa sino en realidad va a
determinar el rumbo de la iglesia en medio de profecías de su extinción.
Y
como en 1958-1959, la elección del nuevo pontífice se dará en el contexto de un
dilema: refrendar el rumbo de la iglesia capoteando los problemas,
contradicciones y sobre todo defectos terrenales de los sacerdotes o le
apostará a una puesta al día o dell'aggiornamento similar al que operó Juan
XXIII en enero de 1959 al convocar al Concilio Vaticano II ante la condena
mundial por la pasividad de Pío XII ante el nazismo y sus horrores.
Si
bien ahora el problema de la iglesia es menos geopolítico, de todos modos es
fundamental: la puesta en duda del principio del celibato, los problemas
penales por pederastia y abusos sexuales de sacerdotes, los fraudes financieros
vía el Banco Vaticano, la penetración masónica a niveles altos y el apoyo del
Vaticano y la iglesia a dictaduras criminales, además de la necesidad de un
diálogo interreligioso con otras creencias, sobre todo la islámica.
Pero
lo más grave para la agenda terrenal de la iglesia fue la renuncia del papa
-hoy peregrino- Benedicto XVI ante su incapacidad para poner orden en la curia
y en los altos mandos religiosos, sobre todo por el problema de los abusos
sexuales y no sólo por el tema en sí sino porque ellos han demostrado que el
celibato, pilar religioso del catolicismo, es imposible ante las tentaciones
acá en la Tierra.
En
1958 Juan XXIII tomó el papado en una situación de deterioro moral de la
iglesia por su papel en la construcción del nazismo. Años después, en 1963,
aparecería una de las denuncias más severas contra la iglesia y su efecto fue
demoledor, a pesar de haber sido una obra de teatro: El Vicario, del alemán
Rolf Hochhuth, que tendría una enorme relectura en 2002 a partir de la película
Amén de Constantine Costa-Gavras.
La
convocatoria al Concilio Vaticano II se dio apenas a los tres meses del inicio
de la gestión de Juan XXIII y existen indicios de que justamente su realización
habría sido uno de los motivos de su elección. Angelo Roncalli había sido
elegido papa nada menos que a la edad de 77 años y duró apenas cinco años en el
Vaticano cuando lo sorprendió la muerte a los 82 años.
Joseph
Ratzinger, por cierto, fue elegido en 2005 a los 78 años de edad y duró sólo 8
años en la silla gestatoria, sólo que se vio obligado a renunciar cuando el
aparato de poder de la Curia romana bloqueó sus intentos de poner orden en la
estructura política terrenal del Vaticano. Días después de concretarse su
renuncia, Ratzinger dejó entrever que había sido derrotado por el aparatich del
alto clero y sus intereses.
Juan
XXIII convocó al Concilio Vaticano II un poco para volver a cohesionar a los
fieles y renovar la estructura de mando del Vaticano, pero también para sanar
las heridas de la Segunda Guerra Mundial y al mismo tiempo revalidar la
disciplina eclesiástica. Ratzinger estaba obligado a iniciar una nueva limpia
en la iglesia católica por el efecto geopolítico del papel del Vaticano en la
operación geopolítica para derrotar a la Unión Soviética, por los escandalosos
fraudes financieros con dinero santo y por el gravísimo y aún no cuantificado
problema de la pederastia y los abusos sexuales de sacerdotes cercanos al trono
de Pedro.
A
ello se agrega la gran derrota de la iglesia católica ante las nuevas prácticas
sexuales de las personas -las minorías de un mismo sexo y el uso de controles
natales antes maldecidos por Roma- a los que la iglesia católica ha enfrentado
con anatemas y no con razones. Ahí es donde la iglesia católica necesita una
puesta al día como la de Juan XXIII con su dell'aggiornamento del Concilio
Vaticano II. La única forma de centrar el debate de los problemas concretos y
sacar soluciones de largo plazo se encontraría justamente en la realización de
un gran debate que sacuda a los sacerdotes de la modorra y que envíe señales a
los creyentes en el sentido de que la iglesia no es una cofradía que oculta y
tapa delitos que tienen repercusiones penales.
Pero
como toda organización social que tiene funciones políticas, la iglesia
católica es un enorme aparato enmohecido de poder político terrenal. Ahí es
donde los cardenales enfrentarán el gran dilema del Cónclave de esta semana: un
papa para que las cosas sigan igual o un gran reformador que le permita a la
iglesia expiar sus pecados y renovar la fe.
Lo
malo para la iglesia católica es que el debate previo al Cónclave ha eludido
los temas centrales que motivaron la renuncia de Benedicto XVI y las
discusiones han analizado los perfiles carismáticos, de apoyo político y de
biografía no religiosa de los papabiles y en función de las alianzas de poder
entre los diferentes grupos de cardenales. En este sentido, el gran temor que
existe entre los fieles radica en la posibilidad de que los cardenales nombren
a un papa manejable, dócil ante la estructura de poder de la Curia y ajeno a
las exigencias de limpieza de los establos religiosos.
En
la lista de cardenales-candidatos no se percibe ninguna figura de cambio real,
de no ser por el color de la piel o por el origen geográfico. En un corto plazo
el papado ha transcurrido por aduanas delicadas: la carga moral por el apoyo al
nazismo, el Concilio Vaticano II, la muerte aún sin aclarar de Juan Pablo I por
sus objetivos de limpieza de la Curia, el papel clave de Juan Pablo II en la
geopolítica que destruyó a la Unión Soviética y benefició a Estados Unidos, el
intento de asesinato de Juan Pablo II, la disminución de creyentes y de
sacerdotes, el síndrome del padre Amaro como fin viable del celibato, los
escándalos sexuales de sacerdotes y la renuncia de Benedicto XVI como aceptación
de su fracaso para poner orden en la Curia.
De
ahí que el Vaticano tenga que resolver esta semana el gran dilema: un papa para
la complicidad o un papa para el segundo dell'aggiornamento. El problema
existencial de los cardenales electores es que son humanos y terrenales
decidiendo sobre temas vitales de la fe.
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