SEXENIO PUEBLA
El Libro Sobre Manuel
Buendía y los Cadáveres de Manuel Bartlett
Mario Alberto Mejía
28
de octubre de 2012
Manuel
Bartlett Díaz siempre ha presumido que fue el último secretario de Gobernación
de seis años.
Es
cierto.
Y
es que al perder la puja por la candidatura del PRI a la Presidencia de la
República –igual que su ex jefe Mario Moya Palencia- tuvo que quedarse en el
Palacio de Covián para cerrar la puerta y ofrendar su nombre y su “prestigio”
en aras de que Carlos Salinas de Gortari llegara a Los Pinos.
Antes,
años atrás, Bartlett estuvo muy ocupado tapándose las orejas para no enterarse
de las irregularidades, negocios con el narco y asesinatos que estaba
cometiendo uno de sus funcionarios más cercanos: José Antonio Zorrilla Pérez,
autor intelectual del crimen cometido en contra del periodista Manuel Buendía,
quien fue ratificado por nuestro personaje como titular de la hoy extinta y
siempre temible Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Al
decir de Miguel Ángel Granados Chapa y de Tomás Tenorio, coautores del
imprescindible libro “Buendía, el Primer
Asesinato de la Narcopolítica en México” (Grijalbo, octubre de 2012), Bartlett
estuvo enteradísimo de las andanzas del “Güero” Zorrilla, quien tenía tratos y
acuerdos extraordinarios con el narcotraficante Rafael Caro Quintero (al grado
que le dio a pasto credenciales de la DFS para él y sus muchachos), lo que le
llenó los bolsillos brutalmente y lo hizo poseedor de residencias en el
Pedregal de San Ángel, Lomas de Chapultepec, Cancún, Guadalajara, Cuernavaca,
etc.
Bartlett
jura que nunca se enteró que Zorrilla mató a Buendía –apoyado en cuatro
funcionarios de Gobernación- y a José Luis Esqueda, empleado -este último- de
su espía de cabecera: Óscar de Lassé.
No
supo el hoy “hombre de izquierda” y senador de la República que mientras hacía
alta política, su subordinado, el más amado entre los amados, era visto con
particular interés por el gobierno estadunidense, una vez que iba y venía del
brazo de Caro Quintero y desaparecía y mataba a agentes de la DEA, como fue el
caso del Kike Camarena.
Nunca
supo Bartlett –o hizo como que no supo- que la riqueza inexplicable de Zorrilla
superaba cualquier otra y que sus automóviles y camionetas de lujo crecían como
nopales.
Y
como ignoraba las pillerías de su funcionario, Bartlett, el priista, quiso
darle fuero, por lo que lo promovió como candidato a diputado federal por un
distrito del estado de Hidalgo.
Luego,
cuando las presiones del gobierno estadunidense apretaron el cogote de Miguel
de la Madrid, le retiraron la candidatura y lo mandaron a España.
Todo
esto, siempre –faltaba más-, con los comunicados firmados por Bartlett en el
sentido de que Zorrilla Pérez había sido un funcionario honrado y ejemplar.
Una
de las novedades de este libro es que poco antes de morir Granados Chapa le
envió a Bartlett por escrito un cuestionario sobre el caso Buendía.
“En
su nueva faceta de priista disidente”, explica Tenorio, el senador del PT
respondió con todo y faltas de ortografía.
Tal
cual lo publicó Grijalbo.
Tenorio
asienta: “En sus respuestas a Granados Chapa, Bartlett busca desvincularse de
Zorrilla, pero se tropieza él solo, con el archivo y con la historia”.
Más
adelante, el coautor asienta: “La argumentación de Bartlett queda completamente
rebatida, sin embargo, por el propio De la Madrid, quien dijo a Sergio Aguayo:
‘Bartlett siempre defendía a Zorrilla’. (…) Los hechos y testimonios apuntan a
que, ene efecto, brindó protección a un ‘torvo personaje’ y ahora no halla cómo
desprenderse de esa parte de su biografía”.
Uno
de los puntos centrales del texto de Tenorio deja muy mal parado al hoy
demócrata convencido: “Efectivamente, como dice Bartlett, Zorrilla quedó en
condiciones (una vez que le quitaron la candidatura) de ser investigado sin
ninguna limitación. Pero no fue investigado. Ni por el asesinato de Buendía ni
por sus nexos con el narcotráfico ni por corrupción ni por su sorprendente
enriquecimiento. (…) En cambio, la Secretaría de Gobernación a cargo de
Bartlett emitió un comunicado oficial liberándolo de cualquier responsabilidad
penal y le permitió huir a España”.
La
puntilla se la da precisamente Granados Chapa, quien en una columna publicada
en el diario Reforma el 5 de febrero de 1999, escribió: “Bartlett fue el último
de los secretarios de Gobernación que se quedaron todo un sexenio en su cargo.
No lo hizo sin tropiezos. Uno principalísimo, del que inútilmente busca
desembarazarse alegando que el tema no era de su incumbencia, es el crecimiento
del narcotráfico en México. (…) No desea recordar que miembros de esa oficina
(la DFS) no fueron ajenos al secuestro, tortura y homicidio del agente
norteamericano Enrque Camarena Salazar. En la misma vertiente, Bartlett parece
abrigar la ilusión pueril que cerrando los ojos la realidad desaparece. Apela a
la desmemoria general para ostentarse como el valiente secretario que suprimió
la DFS. (…) Y sólo entonces, a fines de 1985, Bartlett emprendió la conversión
de la DFS. (…) No fueron su visión histórica ni su ética de servicio los
factores que condujeron a esa decisión. Fue la obsesión de De la Madrid de
mantener una relación óptima con el gobierno de Reagan lo que obligó a
hacerlo”.
Termino.
Este
libro sobre Buendía saca –metafóricamente hablando- los cadáveres del ropero de
Bartlett y los pone a secar al sol.
Esa
es la novedad del libro: los señalamientos de Granados Chapa y Tenorio, y las
respuestas, evasivas, de Bartlett.
En
la presentación del libro, Carmen Aristegui dichas respuestas ante las risitas
burlonas de los asistentes.
Es
claro que hoy que Bartlett es un “compañero de ruta”, cierto sector de la
prensa “progresista” mexicana buscará minimizar los cuestionamientos.
No
podía ser de otra manera.
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