De como pisé la cancha de
Wembley. Al ver partido Senegal-México recordé
Gabriel Hinojosa Rivero
05 Ago 2012
ESTADIO DE WEMBLEY. Domingo
19 de abril de 1970, Londres, Inglaterra. Son las 10:00 a.m. y parado en el
césped subo la mirada para ver a un estadio a medio llenar, tengo 20 años y me
golpea la realidad ¿Como llegué acá? Un toque en el hombro de mi nervioso coequipero
de 17 años Toño Bárcena(+) interrumpe mi reflexión; Gabriel, es hora de
prepararnos, no podemos distraernos. No se escuchan las porras del futbol pero
si el peculiar rugir de los motores y en el aire el aroma de gasolina de alto
octanaje con aceite Castrol. Estamos en la rampa de salida del Rally de la Copa
del Mundo Londres-México 1970 a bordo de nuestro Vocho color naranja, casi
rojo, marcado con el número 19 y rodeados de otros 92 competidores entre los
que se encuentran muchos de los mejores pilotos del mundo de la especialidad
que cuentan con el apoyo millonario de grandes fabricantes automotrices. En el
momento de tomar la rampa de partida se encuentra al volante José Manuel Pérez, de mi misma edad y hoy mejor
conocido como Pepe Momoxpan. Ocupo el asiento del navegante y Toño en el
asiento trasero se inclina entre nosotros para no perder detalle, cae la
bandera a cuadros para marcarnos el arranque y los flashes iluminan la leyenda
en el cofre: “MÉXICO” en letras negras y grandes en diagonal y un poco abajo,
con letras menores y a manera de subtítulo “EL ABANDONADO”. Esta es una breve
historia de cómo llegamos a ese momento que hoy regresó a mi memoria al ver el
partido olímpico de Senegal contra México en ese mismo estadio de Wembley.
Tenía escasos 8 años cuando
mi familia se mudó a la casa en calzada de los fuertes, la que lleva a los
fuertes de Loreto y Guadalupe. Mi padre nos llevaba sin falta a las carreras de
autos en el aeródromo “Pablo L. Sidar”, sentados en el pasto y cercanos a la
curva en “U” que les daba a los autos acceso a la larga recta que era en
realidad la pista de aterrizaje, observábamos atentos mientras botaneábamos
chicharrones y los grandes uno que otro tequila. Mi padre era ingeniero
mecánico de las primeras generaciones egresadas del Politécnico Nacional, por
lo que resulta natural su gusto por los motores y el automovilismo.
Posteriormente el Club Deportivo Automovilístico de Puebla, CDAP, inició la
organización anual de una carrera nocturna usando un circuito callejero que
rodeaba a los dos fuertes, con Pepe y otros amigos en la adolescencia, no nos perdíamos un entrenamiento formal o
informal y salíamos disparados en nuestras bicicletas a cualquier hora de la
noche al escuchar el rugir de algún potente motor, señal inequívoca de que
alguien estaba entrenando para la carrera. También hacíamos méritos ante los
adultos socios del CDAP para que nos capacitaran y permitieran ser bandereros
oficiales en la carrera, eso nos dio acceso a las reuniones semanales del CDAP
en la que los grandes bebían, hablaban de automovilismo y organizaran sus
eventos. En Reforma #125 segundo piso el club ocupaba unas oficinas por las que
no cobraba renta el socio y también dueño de la radiodifusora XEHR que ahí
operaba, Roberto Cañedo Martínez. Las paredes tapizadas de fotografías blanco y
negro de los héroes mundiales panamericanos y de los locales como poblano
Douglas Ehlinger que con su Packard llegó a ocupar el lugar 14 general y mejor
mexicano de esa carrera legendaria “La Panamericana”. Los que habían competido
narraban sus hazañas cada semana ante su mejor auditorio, nosotros, los jóvenes
aprendices y aspirantes a emularlos, a veces con auténtico interés y a veces
con el afán de que nos invitaran una cuba que no podíamos pagar con nuestro
escaso “domingo”
A los 17 años fui invitado a ser copiloto y
navegante en uno de los rallies de regularidad por carreteras que organizaba el
CDAP, los grandes tenían auto y podían pagar, por lo que nos invitaban. Pronto
tenía yo cierto prestigio como buen navegante que sin marearme podía llevarles
la ruta y con tablas y cronómetros mecánicos los guiaba a mantener las
velocidades exactas requeridas. Un buen día a finales de 1969 en reunión del
CDAP alguien sacó un folleto de un gran rally que organizado en Inglaterra para
celebrar el campeonato mundial de futbol, el primero sería de Londres a México
en 1970 pero cada 4 años se pretendía hacerlo de Londres a la sede del mundial
de futbol, por eso lo llamaron “Word Cup Rally” . Iniciaría en el estadio de
Wembley y terminaría en el estadio Azteca de México. La emoción subía conforme
la noche avanzaba al imaginar la posibilidad de ser participantes y héroes
locales, además la ruta pasaba por Puebla. Repentinamente se alzó la voz de
Mario González Cobián, uno de los socios “grandes” quien dirigiéndose a Pepe,
Marco Arroyo y a mi declaró “Soy amigo de Hans Barkins(¿?) alto ejecutivo de la
planta VW en Puebla; me comprometo a que ponga el coche para que vayan al
rally” la sorpresa nos dejó mudos por instantes, pero pasamos a expresar duda
sobre que la marca fuera a aportar el auto pero Mario cortó de tajo las dudas
sobre lo serio de su oferta agregando “ …y si no lo consigo, me comprometo a
pagar el coche yo mismo”
Al día siguiente nos reunimos Pepe, Marco y
yo para evaluar la situación, ya que la inscripción costaba dos y media veces
lo que costaba el auto y habría que agregar gastos y boletos de avión.
Acordamos no darnos por vencidos y nos asignamos tareas: Pepe hablaría con su
papá para la inscripción; Marco haría lo propio para obtener otra aportación de
su familia y finalmente yo, cuarto de una familia de once, declaré
realistamente que ni soñando me daría dinero mi papá, por lo que ofrecí además
de mis talentos como navegante, que no me inscribiría en la universidad ese
semestre y e iría a la ciudad de México de tiempo completo a pedir patrocinios
a las grandes compañías que seguramente tendrían interés. Unos días después
Marco nos dio la mala noticia de que su familia le había dado un rotundo no y
además le prohibían ir al rally de cualquier forma, nuestro proyecto sufría el
primer revés. La situación de Pepe era diferente, estaba bastante deprimido
porque el efímero matrimonio con su amor de la preparatoria, acababa de
naufragar después de escaso el año de luna de miel, pasado el embrujo en que
sospecho las hormonas tuvieron demasiada influencia, la chica seguramente no
vio futuro y decidió cortar por lo sano. El padre de Pepe era un acaudalado
empresario textil que viendo en el rally una oportunidad de lograr que Pepe
olvidara este fracaso, ofreció pagar la enorme cuota de inscripción. Yo hablé
con mis padres para explicarles que dejaría la universidad un semestre para
dedicarme a conseguir patrocinios y lograr correr el rally, no se mostraron
contentos pero tenían poca opción y después de las advertencias del caso
entendieron que lo intentaría de todas formas, seguramente pensando que no lo
lograríamos. En lugar de Marcos invitamos al equipo a Toño Bárcena, con quien
ya corría yo rallies como navegante en su Renault R8 , contó con el entusiasta
apoyo de su hermano mayor Paco y con una familia que lo apoyó para aportar su
parte del costo. El equipo quedó completo nuevamente.
Una mentira piadosa para salvar el rally.
Resulta que el papá de Pepe me encomendó comprar el giro y enviarlo para pagar
la inscripción, después de llenar el formato de inscripción lo metí con el giro
bancario en un sobre para enviar a Londres, lo cerré y me dispuse a ponerlo en
el correo al día siguiente, en eso me llama Pepe que su padre quiere hablar
conmigo, me presento y me dice que ya cambió de opinión sobre apoyarnos
-supongo que su esposa y quizás otros padres nuestros lo habrían cuestionado
por alentarnos en la peligrosa aventura- me pregunta si ya envié el giro y yo
respondo con inusitada frialdad; Si don Pancho, salió ayer. Él contesta, pues
si ya se fue, ya ni modo, sigan adelante. Aún me remuerde la conciencia, un
poco..
Me instalé en la ciudad de México y con
directorio en mano pedí citas a las principales compañías de aceites, cigarros,
televisoras, amortiguadores y similares
que se me ocurrió podrían patrocinarnos, asistí a muchas entrevistas con los
gerentes de mercadotecnia y publicidad, algunos me desearon suerte pero ninguno
ofreció apoyar. En ese entonces no se acostumbraba aquí patrocinar al deporte
que no fuera el futbol y al rallismo, casi desconocido para el gran público,
menos. Seguramente mi juventud y falta de profesionalismo y experiencia para
vender también pesó mucho. Fracaso total y los tiempos se agotaron. Hablé con
mis compañeros y les dije que no se había logrado nada, tampoco la fabrica VW
apoyó en lo mínimo, pero Mario sostuvo su palabra y aportó el dinero para el
auto. Ofrecí hablar con mi padre para que me hiciera un préstamo para pagar mi
boleto de avión y también ofrecí que invitaran en mi lugar a alguien que
pudiera aportar el dinero faltante para salvar el proyecto. Acordamos
mantenernos juntos, regresé con mi padre y un poco con el rabo entre las piernas
le pedí el apoyo para el boleto, puso cara seria, seguramente atrapado entre su
responsabilidad de padre y la pasión compartida del automovilismo con este
testarudo hijo suyo, saco la chequera y me entregó el importe diciendo; toma,
que Dios te cuide, no sé qué le voy a decir a tu mamá.
El jet acelera para despegar de la ciudad de
México, es la primera vez que me subo a un avión y estoy impresionado, casi
atemorizado por la fuerza que me embarra contra el asiento, faltan dos semanas para el rally y con los pocos
recursos que pudimos juntar iniciamos ese sueño. Aterrizamos en Frankfurt,
Alemania para dirigirnos al poblado de Wolfsburg donde se encuentra una gran
fábrica VW que nos debe entregar el Vocho pedido y pagado desde México.
Increíblemente conseguimos un aventón con un par de ejecutivos que iban en esa
dirección, les divierte nuestra historia y se detienen en el camino a
invitarnos a comer y a darnos de beber el Snaps que ellos usan parecido al
tequila, hace frio y aún hay nieve en las orillas del camino. Al siguiente día
nos presentamos a recoger el auto, no lo tienen, pero nos informan que lo van a
fabricar y que regresemos mañana, ofrecen poner atención especial a la
fabricación como forma de apoyo. Al día siguiente efectivamente nos lo entregan
y partimos de inmediato a Munich en donde nos espera un taller que lo pondrá
los faros, barra antivuelcos, y otras modificaciones simples, después de un par
de días de espera en que cada vez más amigos del grupo de nuestro conocido
allá, se esforzaban por darnos de comer y llevarnos a lugares, mostraban simpatía, ya que en Europa los rallies son un
deporte con millones de seguidores. Nos entregaron el auto, pagamos la dolorosa
cuenta y tomamos carretera rumbo a Inglaterra, con una pequeña desviación para
por lo menos conocer París, llegamos con hambre después de manejar toda la
noche, cuando finalmente vemos un pequeño restaurant son un poco más de las 10
a.m. intentamos pedir unos huevos y solo recibimos imprecaciones del encargado,
nuestro francés es inexistente y ha terminado la hora del desayuno, no
comprendemos que pasa, pero se nos acerca un joven universitario de aspecto
hipioso y en Ingles nos rescata, le da unos cuantos gritos al encargado que
sonaban a mentadas y nos lleva a comprar huevo y pan, vamos a su departamento,
cocina y platicamos, nos pregunta si estuvimos en el movimiento del 68 le
decimos que apenas salíamos de la prepa pero de todas formas hay química entre
universitarios, su casa tiene la foto del che Guevara por todos lados y discos
de los Beatles, nos sentimos afortunados de este nuevo amigo y de su generosa
reacción ante nuestra aventura. En Europa cada alma que tocamos nos adopta, nos
nutre y nos da vino. Pierre nos lleva a conocer mucho de Paris, nos compra
dulces en la tienda, nos aloja y nos manda rumbo a Calais, el puerto donde
deberemos tomar el Ferry que nos llevará a Dover en Inglaterra.
Llegamos a Calais para tomar el Ferry que
partía como a las 2 de la mañana, hace frio y nuestras chamarritas mexicanas no
protegen suficiente, Pepe, que es el más extrovertido y quien domina el Inglés,
hace conversación con un ejecutivo que viene de regreso de hacer negocios en
Suiza, tan pronto conoce nuestra aventura va a su maleta para darnos a cada uno
una barra, más bien triángulo de chocolate Toblerone que por primera vez pruebo
y me parece maravilloso, platicamos en el barco y nos invita a ir a su
departamento en Londres para bañarnos y desayunar. Viajamos temprano de Dover a
Londres en estas extrañas carreteras con la circulación al revés, encontramos
el lujoso edificio de nuestro amigo y tomamos una reparadora ducha ya
impostergable, nos ofrece desayuno y nos despedimos agradecidos. Ya estamos en
Londres, faltan unos días pero hay muchos pendientes.
Nos reportamos a la oficina del Rally, ya
llegó el giro, revisamos licencias deportivas, placas internacionales, visas y
otras cosas, todo funciona y nos dan los libros de ruta, calcomanías y placas
metálicas con el número 19, listo, nos citan en 4 días al coctel de bienvenida
a pilotos y al día siguiente a las 9:00 hrs. en la puerta del estadio de
Wembley. Después de instalarnos en un hotelito tan barato como pudimos
encontrar, nos dimos a la tarea de comprar e instalar el medidor de distancias,
parecido a un taxímetro, llamado Twin Master para poder seguir la ruta sin
perderse. Posteriormente buscar una tienda especializada para instalar lámpara
flexible de navegación, quedamos maravillados con las tiendas y talleres
dedicados al automovilismo deportivo, adicionalmente nos dimos el gusto de
comprarnos tres chamarras iguales de rallies, tanto para el frio como para
sentirnos más a tono. Por último buscábamos un taller de rotulación para
pintarle al coche nuestros nombres, tipo de sangre y México en el cofre, cuando
observamos en una callejuela a unas personas con tipo de artistas pintando
sobre los muros, nos paramos para pedirles direcciones, Pepe les explica, ellos
ofrecen hacerlo gratis, nos adoptan, son como siete, hombres y mujeres, hacemos
chorcha mientras ellos pintan el auto, se nos ocurre en homenaje al fallido
matrimonio de Pepe que hizo posible esto, agregar en letras más chicas debajo
de MÉXICO el letrero “El abandonado” sin imaginar que pronto todos los medios
deportivos europeos que cubrían el Rally estarían reportando la historia con la
foto del auto, eso tendría importantes
repercusiones positivas para nosotros.
El domingo 19 de abril temprano nos
dirigimos al estadio de Wembley, nuestras chamarras y auto bien rotulado y con
faros de niebla nos hacían sentir que estábamos preparados, si no fuera por el
detalle de que después de pagar todo, solo teníamos tanque lleno y $200 Dls.
para recorrer más de 25,000 kilómetros en carreteras de Europa y Sudamérica
durante 37 días, pero ya estábamos aquí, dispuestos a tomar la salida y sin
reflexionar demasiado sobre lo mucho que nos faltaba en dinero. Nuestros amigos
artistas nos vienen a despedir al estadio y traen sanwiches, les entregamos
nuestras maletas con todo lo no indispensable que de todas formas no cabía en
el Vocho, solo las chamarras y una muda de cada uno nos acompañan. Nos
despedimos de nuestros amables amigos que se van a las gradas a disfrutar el
espectáculo y nosotros con todo y auto a pasar los últimos controles, todo
bien, adelante, el ambiente es festivo con 93 coloridos autos formados en la
cancha para tomar salida, bajamos a esperar nuestro turno.
Son las 10:00 a.m. y parado en el césped
subo la mirada para ver a un estadio a medio llenar, tengo 20 años y me golpea
la realidad ¿Como llegué acá? Un toque en el hombro de mi nervioso coequipero
de 17 años Toño interrumpe mi reflexión; Gabriel, es hora de prepararnos, no
podemos distraernos. No se escuchan las porras del futbol pero si el peculiar
rugir de los motores y en el aire el aroma de gasolina de alto octanaje con
aceite Castrol, el sonido local habla de los participantes y patrocinadores como el Daily Mirror y otros.
Estamos en la rampa de salida del Rally de la Copa del Mundo Londres-México
1970 a bordo de nuestro Vocho color naranja, casi rojo, marcado con el número
19 y rodeados de otros 92 competidores entre los que se encuentran muchos de
los mejores pilotos del mundo de la especialidad y que cuentan con el apoyo
millonario de grandes fabricantes automotrices. En el momento de tomar la rampa
de partida se encuentra al volante José
Manuel Pérez, de mi misma edad y hoy mejor conocido como Pepe Momoxpan. Ocupo
el asiento del navegante y Toño en el asiento trasero se inclina entre nosotros
para no perder detalle, cae la bandera a cuadros para marcarnos el arranque y
los flashes iluminan la leyenda en el cofre: “MÉXICO” en letras negras y
grandes en diagonal y un poco abajo a manera de subtítulo “EL ABANDONADO”.
Convertimos el sueño en realidad e iniciamos
una aventura que nos llevaría por mucho de Europa y terminaría para solo 23
competidores el 27 de mayo en el estadio Azteca, para nosotros el 18 de mayo
con el auto volcado a las 2 de la mañana de una fría noche a unos metros de la
orilla del lago Titicaca en Bolivia, pero esa es otra historia.
Gabriel Hinojosa Rivero a 4
de Agosto de 2012, Puebla, Puebla, versión 1.1
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