2012-04-05
De
la Madrid y el fraude de 1988
Falleció
Miguel de la Madrid. Su muerte me recuerda su vida como presidente y ésta la
elección de 1988, su autobiografía y la nota respectiva de The New York Times
(NYT) en 2004.
La
Jornada del 16 de marzo de hace ocho años decía: “La democracia mexicana podría
haberse desarrollado más rápidamente si no fuera por ‘la elección fraudulenta
de 1988 y el respaldo acrítico de Washington a Carlos Salinas de Gortari’,
concluyó el New York Times en un editorial sobre las revelaciones de Miguel de
la Madrid en su autobiografía.” El diario neoyorquino añadió que “ante la
evidencia temprana de una abrumadora derrota de Salinas ante Cuauhtémoc
Cárdenas, los dirigentes priístas le advirtieron de la ‘alarma’ que causaría
entre los ciudadanos no proclamar un triunfo priísta. Entonces De la Madrid,
‘presa del pánico, detuvo bruscamente el conteo de votos, atribuyéndolo a una
falla de las computadoras, y con audacia proclamó la victoria de Salinas’”.
El
entonces senador Manuel Bartlett declaró al día siguiente que el editorial del
rotativo estadunidense era “mal intencionado y antimexicano”. Cuauhtémoc
Cárdenas, en cambio, demandó investigar a fondo lo ocurrido en 1988. En
entrevista con Renato Dávalos en La Jornada 17/3/04), Cárdenas, al referirse a
la autobiografía del ex presidente, señaló que cuando éste “se percató de que
las tendencias electorales no favorecían al candidato priísta, Carlos Salinas
de Gortari, ordenó la suspensión del conteo de votos, responsabilidad ésta del
entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz”. De la Madrid, en
entrevista con Zabludovsky, negó lo dicho por el NYT e insistió en que él no
ordenó que se parara el conteo de votos (ídem).
No
hago mías las interpretaciones del NYT, ni mucho menos las declaraciones de
quien fuera secretario de Gobernación con De la Madrid, pero de que hubo fraude
no me cabe duda alguna.
En
1988 la Comisión Federal Electoral (ahora IFE) estaba dominada por el Partido
Revolucionario Institucional, 19 votos contra 12 de la oposición. El padrón
electoral era controlado por el partido del régimen, y en 1988 se calculó que
entre 20 y 30 por ciento de su listado tenía irregularidades. El número de
casillas fue aumentado mediante las llamadas “casillas bis”, al extremo de que
rebasó por mucho el autorizado por la legislación. Hubo también boletas
electorales cruzadas en favor del PRI desde antes de las elecciones. Y así por
el estilo. Pero ahí no terminaron los elementos que hacían sospechar que
aquellas elecciones serían fraudulentas.
Las
diversas instituciones que informaron sobre el número de ciudadanos no se
pusieron de acuerdo: el Inegi calculó 44 millones de mexicanos en edad de
votar, el Registro Nacional de Electores informó, el 30 de noviembre de 1987,
con el 82.8 por ciento del total estimado, la cifra de 36.3 millones, lo que
significaba que con el 100 por ciento los ciudadanos serían 43.72 millones.
Para Presidencia de la República el padrón lo componían 38 millones de
mexicanos y de acuerdo con los resultados electorales el listado completo era
de 38 millones 74 mil 926. En una palabra, más de 5.5 millones de mexicanos
fueron rasurados del padrón o fueron impedidos de votar. Esta resta del padrón
significaría una ventaja para el PRI, pues entre menos votaran mayor porcentaje
obtendría este partido, pues los resultados electorales se calculan en relación
con la votación total.
El
número de casillas tampoco fue homogéneo. Según la fuente, ese número cambiaba,
hasta alcanzar una diferencia de 2 mil casillas. El abstencionismo, de acuerdo
con las declaraciones oficiales y la del presidente del PRI en la mañana del 7
de julio (al día siguiente de los comicios), había sido abatido, pero no era
cierto. El 13 de julio se anunció oficialmente que habían votado 19.1 millones
de ciudadanos, lo cual significaba una abstención de 49.72 por ciento, la más
alta conocida en una elección presidencial en los tiempos del priato (en 2003 y
en 2009, bajo gobiernos panistas, hubo abstenciones más altas: 58.3 por ciento
y 55.5 por ciento, respectivamente).
Los
priístas tampoco fueron consecuentes con sus propios datos. Jorge de la Vega,
presidente de ese partido, había dicho que su organización contaba con 12
millones de militantes, pero sólo votaron por su candidato presidencial, según
los datos oficiales, 9 millones 641 mil 329 mexicanos.
Pero
lo más grave, que luego quiso minimizar Bartlett, ocurrió con el cómputo de los
votos, que era su responsabilidad como secretario de Gobernación y como
presidente de la CFE. Entre el viernes 8 y el lunes 11 de julio se dieron los
datos oficiales preliminares de 29 mil 999 casillas, es decir, del 55 por
ciento del total de las secciones electorales. Pero no debe olvidarse que a las
17:15 horas del mismo día de las elecciones, el 6 de julio, se cayó el sistema
y que a partir de ese momento los datos fluyeron vía telefónica (supuestamente)
y que en la Secretaría de Gobernación se vaciaron a la computadora sin que los
comisionados de la oposición pudieran enterarse del avance de las cifras.
Nada
de esto se dice en las memorias de Miguel de la Madrid. Nada de esto quiere
recordar su ahora ex secretario de Gobernación. Pero todos supimos que en el
Colegio Electoral se negó a los diputados el acceso a los paquetes electorales
trucados (alrededor de 25 mil) para que pudieran constatar el número de
sufragios. Las cajas electorales, en clara violación del Poder Ejecutivo a la
soberanía del Poder Legislativo, fueron resguardadas por militares
(dependientes del presidente de la República) y posteriormente quemadas. El
gobierno incineró el cuerpo del delito, con lo cual reconoció indirectamente
que el PRI perdió la elección y que Salinas de Gortari fue presidente gracias a
un megafraude cometido por su propia gente.
The
New York Times pudo haber sido malintencionado (no me interesa defenderlo),
pero se quedó corto en su denuncia del fraude de las elecciones de 1988. Dicho
fraude sólo ha sido superado por el de 2006 contra López Obrador, pero de esto
no dijo nada el NYT.
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