viernes, 2 de agosto de 2013

La jornada

El papa Francisco y el declive del catolicismo latinoamericano
La Jornada, Miércoles 17 de julio de 2013

La jornada


Miércoles 17 de julio de 2013
El papa Francisco y el declive del catolicismo latinoamericano

Bernardo Barranco V.

A unos cuantos días de la visita del papa Francisco a Brasil existen expectativas e interrogantes sobre el desempeño del pontífice. Francisco viene a encabezar la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Río de Janeiro, entre el 23 y el 28 de julio, con una audiencia estimada de 1.5 millones de personas. El Papa llega a un país convulsionado por violentas protestas que pusieron en estado de alerta a los organizadores, quienes, junto con los responsables de la curia romana, determinaron proseguir con el viaje de Francisco, a pesar del manifiesto descontento social de amplios sectores de la población hacia las políticas económica y social del gobierno encabezado por la presidenta brasileña, Dilma Rousseff.
La jornada mundial es un magno evento que no se debe despreciar. Además del Papa, convoca a más de 250 obispos de diferentes nacionalidades que guiarán los encuentros y las reflexiones de los jóvenes, además de que los presidentes episcopales latinoamericanos agrupados en el Celam tendrán espacios con el pontífice argentino. Pero, más allá de las jornadas, el objetivo de Bergoglio es animar la moral y la talante pastoral de una Iglesia católica brasileña a la baja. Si bien en Brasil se tiene el mayor número de católicos en el mundo, éste ha venido disminuyendo de manera acelerada. Según el último censo del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), en 2010, 64.6 por ciento de la población se considera católica, contra 73.6 por ciento en 2000. Todavía en los años 80 los católicos estaban arriba de 90 por ciento. En Brasil, esta disminución está correlacionada por un aumento en el número de evangélicos. Según el mismo IBGE, el número de creyentes aumentó de 15.4 por ciento en 2000 a 22.2 por ciento en 2010. A diferencia de Europa, donde el ascenso notable corresponde a los ateos y agnósticos, en Brasil se experimenta un éxodo de fieles de la Iglesia católica hacia otras formas de religión, especialmente las denominaciones pentecostales, que representan 60 por ciento de la población evangélica. En Brasil y México, los dos países con mayor número de católicos, se pone en evidencia la crisis actual del catolicismo latinoamericano, que en los últimos 25 años ha sido desbordado por nuevas y emergentes ofertas religiosas. En países centroamericanos el número de católicos ha disminuido a niveles de 50 por ciento. Por ello, se ha venido atemperando el discurso triunfalista y mediático, desarrollado sobre todo bajo de pontificado de Juan Pablo II.
El concepto pentecostalismo viene de un pasaje de la Biblia que dice que un día de Pentecostés, pascua judía, el Espíritu Santo descendió ante los apóstoles y comenzó a operar milagros. Uno de los notables poderes del Espíritu Santo pentecostal en Brasil es la capacidad de cura, de ahí las imágenes en sesiones de trance, sanciones y euforia. El pentecostalismo brasileño es un fenómeno de las masas pobrísimas, excluidas y abandonadas a su suerte, tanto por católicos como por protestantes. El éxito de las denominaciones pentecostales radica en que han logrado crear una eficiente articulación entre la vida religiosa y la vida material. Un puente entre la mística y la superación de una condición de pobreza y destierro social. El gran suceso del pentecostalismo es que Dios es capaz de producir cambios personales y materiales concretos en la vida del creyente. Ya el catolicismo aparece más retórico y una compleja agenda encabezada por la jerarquía más preocupada por incidir en la agenda y en el espacio público que estar atenta a las necesidades y aspiraciones de la feligresía.
Pero el papa Bergoglio no es ajeno a esta realidad. Sabe muy bien como latinoamericano que la Iglesia debe renovar su presencia pastoral y social en la región. Desde antes de que fuera electo pontífice, Francisco llamaba a recuperar la parroquialidad en la Iglesia, es decir, a tener un impulso mucho más pastoral frente a una creciente burocratización y apego a los poderes seculares. La presencia de Francisco, el primer papa latinoamericano, en Brasil, tiene asegurada la notoriedad mediática, cada gesto y cada palabra sucitarán expectativas y análisis en el continente. Hasta dónde la teología social del papa Francisco podrá ser empática con la teología latinoamericana de la liberación, incluso reconocer su aporte y reconciliación negada por los anteriores pontífices europeos. ¿La teología popular, no marxista ni politizada de Bergoglio, podrá hermanarse con los esfuerzos pastorales que aún persisten de denuncia y apoyo a enfrentar la miseria, la desigualdad y sus mecanismos económicos?, se pregunta el destacadísimo vaticanista italiano Marco Politi.
Por lo pronto se ha venido llevando manifestaciones de rechazo evangélico por el trato privilegiado y soporte económico por parte del gobierno a la visita de Francisco. La estadía costará cerca de 250 millones de dólares. El gobierno federal y algunos gobiernos estatales aportarán cerca de 70 por ciento del presupuesto, aunque los organizadores tratan de apaciguar el descontento, sentenciando que con la ayuda de empresas patrocinadoras y contribuciones en forma de cuotas de los cientos de miles de peregrinos internos y del extranjero se solventarán los gastos. Ahí está la polémica sobre el trato de excepción que aún perdura, de una religión que está dejando ser mayoritaria. Pero tan sólo en seguridad del Papa, el gobierno ha destinado más 11 mil efectivos que estarán pendientes de la integridad de Francisco. En Roma, después de su encuentro de media hora con el papa Francisco, 20 de marzo de 2013, la presidenta Rousseff fue abordada por la prensa. Un periodista argentino le preguntó retadoramente qué pensaba de un papa argentino en Brasil. Dilma respondió: Tú eres muy afortunado, porque es un gran Papa, pero digo como nuestra gente dice: el Papa es argentino, pero Dios es brasileño.

Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2013/07/17/opinion/020a1pol

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