24-horas
Califica
Bartlett éstas, como las elecciones más sucias
El senador petista y ex
secretario de Gobernación parece olvidar el “fraude patriótico” que operó en
1986 en Chihuahua y la caída del sistema en 1988 MANUEL HERNÁNDEZ Y JORGE
CISNEROS M.
Septiembre 5, 2012 1:00 am
El priista Manuel
Bartlett, actual coordinador parlamentario del PT en el Senado, se exoneró de
la acusación que lo ha perseguido durante más de dos décadas al decir que la
pasada elección presidencial “fue de las más sucias de la historia”.
Responsabilizado por la
oposición de izquierda y derecha de operar la caída del sistema de 1988, cuando
en su carácter de secretario de Gobernación, responsable de organizar los
comicios, se suspendió la información de la elección presidencial durante la
noche del 6 de julio, que ponía arriba al candidato de la izquierda, Cuauhtémoc
Cárdenas, y reanudarla cuando el PRI ya estaba al frente, Bartlett declaró ayer
que el PT ha rechazado los resultados oficiales por las irregularidades registradas
durante el proceso.
Bartlett indicó que los
magistrados del Poder Judicial incumplieron con su mandato constitucional de
revisar exhaustivamente las pruebas presentadas por el Movimiento Progresista
durante el juicio de impugnación.
Con su postura, el
senador, ex gobernador de Puebla, ex senador por el PRI, coordinador de la
campaña presidencial del candidato priista a la Presidencia en 1982, borró de
un plumazo los antecedentes que lo ubican como brazo ejecutor de los fraudes en
la década de los 80 con los que el PRI detuvo el avance del PAN, principalmente
en el norte del país.
Chihuahua, estado que
eligió gobernador en 1986, fue el escenario donde la mano dura de Bartlett se
hizo más notoria: la contienda entre Fernando Baeza y Francisco Barrio se
inclinó hacia el primero, pero las acusaciones de que el padrón se infló, se
permitió votar sin credencial, se cerró el espacio a la oposición en los medios
y se alteró la votación en las urnas, provocaron que organizaciones
empresariales y la Iglesia católica denunciaran fraude.
La Iglesia llegó al
grado de amagar con la suspensión de las misas porque, de acuerdo con el
arzobispo de Chihuahua, Adalberto Almeida, la alteración del voto era un
“pecado social” que la Iglesia no podía pasar por alto.
Bartlett, que dirigió
el operativo electoral, pidió al nuncio apostólico, Girolamo Prigione, que
interviniera para evitar la suspensión y pese a la resistencia del religioso,
al final logró que este se impusiera y notificara a los obispos que El Vaticano
había ordenado que no se interrumpieran los oficios religiosos, según lo señala
el libro Iglesia y sociedad civil.
En su ensayo Regreso a
Chihuahua, el entonces investigador de la UNAM Juan Molinar contó que la ley
del estado no obligaba a usar tinta indeleble y permitía votar a quienes no
tuvieran credencial de elector.
El politólogo citaba un
ejemplo de la forma en que el fraude operó: el PAN impugnó 23 casillas de la
capital estatal que abrieron antes de tiempo; en ellas Acción Nacional recibió
11 mil 829 votos por 19 mil 511 del PRI, lo significativo es que en esas
mismas, un año antes, el PRI había obtenido ocho mil 47 votos, lo que
significaba un incremento de 140% de su votación.
Además de la Iglesia,
la prensa internacional se hizo eco de las denuncias de fraude. En ese
contexto, intelectuales como Octavio Paz, Carlos Monsiváis y Héctor Aguilar
Camín, entre otros, pidieron en una reunión al entonces secretario de
Gobernación la anulación de los comicios, según cuenta Enrique Krauze en La
presidencia imperial. La respuesta de Bartlett fue que era necesario detener al
PAN a como diera lugar porque su cercanía ideológica con Estados Unidos hacía
peligroso que ese partido tomara el poder.
Así nació la teoría del
“fraude patriótico”; dos años más tarde se operó un fraude a secas. En ambos se
distingue la figura de Bartlett, quien ahora dice que las elecciones sucias las
hacen otros.
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